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3 junio, 2008 a las 6:16 am #6527
HORIA COLIBASANU: “Si no hubiera creído que Iñaki podía salvarse, me habría bajado el primer día”
– El rumano que arriesgó su vida para cuidar a Iñaki de Ochoa de Olza durante cuatro días a 7.400 metros de altitud en el Annapurna relata en Pamplona sus sensaciones y cómo vivió las últimas horas de su gran amigo
Le ha resultado muy duro viajar a Pamplona. “Pero tenía que venir y estar con la familia de Iñaki. Tenía que hacerlo por él”, cuenta el rumano Horia Colibasanu, la persona que cuidó a Iñaki Ochoa de Olza hasta pocas horas antes de que el navarro muriera el pasado 23 de mayo en el Annapurna, a 7.400 metros de altura.
• “Un sitio hermoso para morir”
Le acompañan dos hermanos de Iñaki, Pablo y Guillermo, y Nancy Morin, la compañera de Iñaki y el enlace entre Horia y los amigos de Iñaki que desde Pamplona prepararon su rescate. Horia es el que habla y ella, la que escucha. Se emociona demasiado.
¿Qué tal se encuentra?
Físicamente estoy recuperado. Psicológicamente es más duro.
La familia de Iñaki le pidió viajar a Pamplona.
Sabía que el encuentro con los padres de Iñaki iba a ser muy duro, sobre todo con la madre. Tuvimos un preencuentro con Pablo, y eso suavizó algo el momento.
Han venido desde Katmandú. Quizás hubiera preferido estar con los suyos después de una experiencia tan brutal.
Hubiera sido más fácil volar a mi casa, pero creo que venir aquí era algo que podía hacer por Iñaki y su familia. No tengo prisa excesiva por volver a mi casa. En estos momentos volver a mis cosas, a mi trabajo…, no es tan importante como estar aquí.
¿Podemos hablar de lo que pasó en la montaña?
No hay problema.
¿Cuándo notó que a Iñaki le pasaba algo?
A veces en altitud no tienes un buen día, y creí que eso era lo que le pasaba a Iñaki. Cuando decidimos dar la vuelta y Bolotov siguió hacia la cima, aún no me había dado cuenta de nada. Lo hice cuando estábamos llegando al campo IV (7.400 metros). Vi que algo no iba bien, había algo raro.
Y una vez en la tienda Iñaki sufre el ataque. Estaban solos, sin medicación, casi sin comida, sin apenas batería en los teléfonos…
Supe lo que estaba pasando. Enseguida me di cuenta que estábamos en el punto donde no te puede ir a salvar nadie. Era una situación muy mala, la peor que podíamos tener. Antes de llegar al campo base hablamos con un grupo de polacos que habían conseguido rescatar a un compañero que sufría ceguera por la nieve a un poco más de 7.000 metros de altura y antes de una cresta. Por eso, ya sabíamos que, si nos pasaba algo por encima de esa cresta, no había nada que hacer. Nadie vendría a buscarnos.
Los primeros en conocer que tenían problemas fueron unos suizos a los que telefoneó, Ueli Steck y Simon Anthamatten
Su respuesta fue inmediata. “Vamos para arriba, no hay problema”, me dijeron. Apenas estaban equipados, pero se echaron a la montaña. Nunca imaginé que iba a ser posible que en tan poco tiempo hubiera un helicóptero, tantos grupos de rescate o que se uniera un compañero de la talla de Denis Urubko [el kazajo que llevaba oxígeno artificial].
¿Qué sintió al ver que no podía hacer otra cosa que estar con Iñaki?, ¿rabia, impotencia?
No tenía fuerzas para estar enfadado o sentir rabia. Cada día que pasas a esa altura, mueres un poco. Y lo tuve claro, no me permití sentir nada. Lo que quería era hacer algo por Iñaki. Era el lunes. El martes bajó Alexei de la cima. Pensamos en posibilidades para sacarlo de allá. Sin embargo, no quedó otra opción que quedarnos allí y esperar la ayuda.
Horas terribles…
Planteé a Alexei otra ruta, pero me dijo: “Tienes dos pies y dos manos, incluso para ti solo es difícil la travesía. Tú y yo llevándole solos a Iñaki arriesgamos nuestra vida y la de él por lo difícil que es el paso”. Me di cuenta de que no teníamos las fuerzas ni la energía para hacer eso.
Y después, usted se queda solo con Iñaki.
Sí, Alexei tenía principio de edema y podía bajar. Nos dejó el hornillo y pude derretir mejor la nieve y dar de beber a Iñaki.
¿Y cómo le había hidratado antes?
Fundí nieve con las manos y la boca para ponerla en la taza de plástico. Teníamos muy poca comida. Apenas unas barritas de chocolate y unos macarrones. ¿Cómo le cuidó en los cuatro días que estuvo con él enfermo?
Le metí en los dos sacos de dormir. Le pregunté si tenía frío [dentro de la tienda de campaña la temperatura era de -5 grados y fuera, de -18] y me contestó que no. Respondía a preguntas simples, si quería agua, si tenía hambre, frío… La obsesión de Iñaki era cuidar los dedos de la mano izquierda en los que tenía inicio de congelación. Pero creo que no era sólo congelación. El ataque le afectó más a la parte izquierda del cuerpo que a la derecha. No podía mover la parte izquierda, pero sí la derecha. Continuamente quería agua caliente para las manos. Cada vez que le acercaba una taza, metía la mano y la derramaba, pero daba igual, se le veía tan contento…
La sangre de Iñaki se espesaba mucho con la altura. ¿Fue un error alargar 5 días el ascenso?
No. Eran necesarios y nos preparamos para ello.
Tras cuatro días, usted ya empezó a sentirse mal, ¿no dudó en bajar y recuperarse?
Lo pensé cuando me dijeron que venían dos días de tormenta. Pensé que ni Iñaki ni yo sobreviviríamos si nos pillaba allá arriba. Pero me dije: “Quizá el parte meteorológico esté mal. A la mierda, me quedo con Iñaki”. Si hubiera habido tormenta, yo tampoco me habría librado. Pero sólo hubo niebla.
Y cuando sabe que el suizo Ueli Steck está cerca empieza a bajar para abrirle camino en la nieve.
Vi que había que salir a ayudarle porque había mucha nieve y salté de la tienda a ayudar. Pero al cabo de dos horas estaba sin fuerzas para andar y no me había juntado todavía con él. Me quedé agotado sobre la nieve. Y Ueli llegó. Él también estaba muy cansado, y sobre todo, desorientado. Me vio hecho polvo. Apenas me tenía en pie. Nos dimos un abrazo. Vi que se alejó unos metros para hablar por radio con el campo base.
[Habla Nancy]. Ueli nos dijo que tenía una decisión muy difícil que tomar: “Horia está hecho polvo”. Bowie le respondió: “Tienes que bajar a Horia”. Llamé a Pablo Ochoa de Olza a Pamplona para contarle qué pasaba. Me dijo que lo entendían, que era la decisión correcta.
[Continúa Horia] Ueli no me quería dejar solo. Me dijo que subiéramos junto a Iñaki. Le dije que no teníamos ni comida ni medicinas para todos y que si subíamos iba a tener dos problemas, Iñaki y yo. Si yo hubiera subido, habría muerto.
Al final usted bajó solo.
Sí. Ueli me dijo que había trabajado y arriegado mucho, pero que no lo había hecho para nada. Que Iñaki tenía posibilidades escasas pero que a mí sí me podía salvar. Dejar a Iñaki solo no era una opción para mí. Por eso le dije que no me acompañara, que subiera con Iñaki. Me dio una chocolatina y algo de dexametasona que me hizo sentir mejor. Así bajé hasta el campo III.
¿Iñaki no llevaba dexametasona en sus expediciones?
No. Quería ir a la montaña “limpio”. Por eso tampoco usaba oxígeno artificial.
¿Fue consciente de que Iñaki estaba muy grave?
Sólo pensaba en recuperarme en un par de días para volver a subir y ayudar en el rescate. No dejé de pensar en ningún momento que Iñaki podía salir vivo. Tuve esa esperanza. Sin esa convicción, me hubiera bajado el primer día. Si no lo llego a creer, hubiera sido un estúpido por hacer lo que hice.
Horia, después de lo vivido, ¿va a volver al Himalaya?
Sin duda. Y también al Annapurna. Quizá suba la misma cara, pero no por la misma ruta.
Un parque de la ciudad llevará el nombre de Iñaki. A ustedes les han concedido la medalla de oro al mérito deportivo.
Me estoy pareciendo más a lo que era Iñaki en ese aspecto. A él no le gustaban esos actos de recoger premios. Alguna vez dijo que él iría sólo si le llevaban esposado.
¿Pero va a a acudir a recogerla?
Sí. Lo haré por la familia de Iñaki. No me importa tanto la medalla, que es un trozo de metal, como el apoyo y el cariño que ha demostrado tener la gente por Iñaki.
Estos días, le han reconocido por la ciudad, le han felicitado, animado, le han dado las gracias…
Pienso que ese cariño de la gente por Iñaki, el apoyo social que he visto, no tiene nada que ver con el reconocimiento de un gobierno. Es mucho mejor. Es lo importante porque es el sentir de la sociedad.
Hay quien opina que los montañeros son unos locos amantes del riesgo. ¿Qué les diría?
No tengo nada que decirles. Hay personas que jamás van a entendernos. Por cultura, por inteligencia, por formación… No me importa la gente que no nos entiende. Sí que he visto que en Navarra hay poca gente que no entienda la pasión que sentía Iñaki.
¿Merece la pena ese riesgo?
Para mí, sí. No me importa. Y voy a decir más: si no hubiera personas con el espítitu que tenía Iñaki, el mundo sería mucho más triste, más pobre. -
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